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12 de noviembre de 2013

LA ESTAFETA ROMÁNTICA. EL SUICIDIO. LARRA, WERTHER Y FERNANDO CALPENA






Aportación al club de lectura dirigido por el profesor Pedro Ojeda Escudero desde su blog La Acequia.



“Si hay alguien en la literatura  española del siglo XIX que represente la disidencia frente a la realidad, si hay alguien que viva incómodo en el marco de las costumbres y los modos y maneras de vivir de su momento, ése es Mariano José de Larra…”

Así comienza su exposición Mauro Armiño en su escrito Mariano José de Larra, entre la pasión y el hastío.

Y comienza Benito Pérez Galdós su Estafeta Romántica con una primera misiva fechada a 20 de febrero de 1837, a pocos días del suicidio de aquél, para darle entrada de alguna manera en su obra, aunque los personajes de su novela crean en primera instancia, cuando comentan el incidente, que el citado suicida es D. Fernando Calpena.

En las primeras cartas que se intercambian Dña. María Tirgo y la Marquesa de Sariñán, Dña. Juana Teresa, así lo refieren, mas lo tratan como una anécdota de carácter meramente sentimental. Aquí el autor deja ver cómo ridiculiza a quienes rechazan este tipo de suicidio romántico por amor, más que al suicida en sí:

“Ello es que se ha suicidado, pegándose un tiro en la sien, un joven de talento y fama, por despecho amoroso de la rabia que le dieron los desdenes de su amante, la cual es casada… Ya vemos que es romántico el que se mata porque lo deja la novia o se le casa.” (Capítulo I)

“Mariquita mía, ¿estás en Babia? El que se ha suicidado en Madrid es Larra, un escritor satírico de tanto talento como mala intención… Se mató por contrariados amores con una casada; ¡qué abominación!...” (Capítulo II)

“El de Madrid usaba, en efecto, nombre de un barbero para firmar sus romanticismos prosaicos. Demetria, que conserva todos los libros de la biblioteca de su pobre padre, a quien en otra forma mató el romanticismo… y dice que el difunto suicida era un hombre que con su propio pensamiento, como la cicuta, se amargaba y envenenaba la vida.” (Capítulo IV)

Prima el temor entre los personajes por el comportamiento que adopta D. Fernando Calpena, influenciado por el suicidio de Larra y por las literaturas que por sus manos pasan, como la del suicida literario Werther (el cual es nombrado en varias ocasiones). Suicidios que son de justificación romántica, aunque finalmente en Calpena dicho suicidio queda como en algo anecdótico, pues se aviene a enfrentarse a la realidad.

Quizás Galdós moldea la figura de Fernando entremezclando ambos personajes, Larra, el real, y Werther, el literario. Podríamos decir que Fernando tiene algunas similitudes con Larra. Ambos tuvieron una niñez falta de lazos familiares. Larra pasó muchos años en internados y Fernando fue hijo bastardo. Les une a su vez ese desamor que ambos han sufrido y el romanticismo en sí.

Calpena sueña con Larra, así se lo relata a su mentor D. Pedro Hillo, cuando le cuenta que éste se le aparece para  darle consejos, e insiste en que es el amor imposible la causa del suicidio:

“Debemos matarlas a ellas –díjome Larra con triste sonrisa –, y a nosotros no. ¿Qué culpa tenemos nosotros de sus traiciones?” (Capítulo VII)

Sin embargo, es la joven Demetria quien entiende el suicidio de Larra como un acto impelido por la situación social del momento que incurre en el país. Ella ha leído su obra y sabe que nada tiene que ver con el otro personaje referenciado (Werther). Larra plasmó su interés político y la visión de España en sus artículos, firmados sobretodo bajo el seudónimo de Fígaro, al que Galdós parece tener un gran aprecio.

Así lo podemos reputar en fragmentos como los siguientes:

“¿Verdad que era yo un gran escritor? Has sido único, Mariano –le dije–” (Capítulo VII)

“Era una lástima ver aquel ingenio prodigioso caído para siempre, reposando ya en la actitud de las cosas inertes. ¡Veintiocho años de vida, una gloria inmensa alcanzada en poco tiempo con admirables, no igualados escritos, rebosando de hermosa ironía, de picante gracejo, divina burla de las humanas ridiculeces… No podía vivir, no. Demasiado había vivido; moría de viejo, a los veintiocho años, caduco ya de la voluntad, decrépito, agotado” (Carta apócrifa de Miguel de los Santos recogida en el capítulo XI)

Hay una frase que yo destacaría, la que dice Larra a Calpena antes de evaporarse en el sueño:

“La pólvora mata a la memoria… ¿no crees tú? ¿Qué medicina hay para esto?” (Capítulo VII)

Pero sin embargo, Larra era un hombre que se implicaba, un romántico de aquellos que piensan; mientras que Fernando es un sentimental más parecido quizás al personaje de Werther, así lo teme su propia madre, Dña. Pilar de Loaysa, cuando se lo dice Valvanera en su carta:

“Tu temor de que la desesperación le venza, de que imite al Joven Werther, en la manera de dar solución a sus penas, no tiene fundamento… ama su sufrimiento y no quiere desprenderse de él.” (Capítulo IX)

Más Dña. Pilar no ceja en su preocupación y en las consecuencias que las lecturas puedan causar en él:

"No puedo echar de mí la imagen del Joven Werther, que es desde hace tiempo mi fantasma perseguidor. Por la impresión que hizo en mí esta obra al leerla por vez primera, juzgo la que hará en el espíritu admirablemente preparado para la imitación del caso que en ella se presenta…” (Capítulo XV)

Dña. Valvanera, aun así, mantendrá informada a Dña. Pilar de cualquier cambio en el estado de su hijo:

“Hace unos días que notábamos en Fernando un recrudecimiento grande de sus tristezas, agravado con estados nerviosos que me ponían en cuidado. Poco atento al ensayo de la comedia, pretextaba dolores de cabeza para encerrarse en su cuarto, o pasear sólo por las inmediaciones de la casa.” (Capítulo XIX)

Vemos por tanto un Fernando que tiene tendencia a la soledad y el recogimiento, y cuando descubre su verdadera identidad, su estado empeora visiblemente:

“El desgarrón del velo que envolvía mi origen me hizo caer en un estupor parecido al idiotismo… Por la noche, solo en mi aposento, lloré largo rato, sintiendo dentro de mí un desconsuelo inexplicable… Me achico cada día más; me siento enano, microscópico; me pierdo entre las multitudes plebeyas, y deseo que nadie se fije en mí, ni me pregunte quién soy ni de dónde he venido.” (Capítulo XXI)

Fernando se debate en una lucha consigo mismo, y aunque Galdós alimenta su personalidad con características típicas de los personajes románticos, no le da un desenlace trágico. Pasa de ver toda su existencia en la más absoluta de las negruras hasta esa luz que le hace pensar en la vida, en el amor de quienes lo aprecian y en su madre:

“Te aseguro que si no existiera mi madre y la cadena que a ella me une, para mí no habría un bien como la muerte. Me halaga la idea de no sentir nada; de sentir, si acaso, la vaga impresión de la quietud, de la carencia de todo estímulo. Es dulce notar vacíos de interés los dramas y dormidas en nuestro regazo las pasiones… La convicción de que si a mí mismo no me necesito para nada, a otras personas queridísimas soy necesario, me obliga a rectificar aquellas ideas. El vivir no me gusta; pero es un deber, como tal acepto la vida, y procuraré su conservación. No quiero hacer más víctimas. Que las personas que aman mi vida la tengan, aunque a mí me pese.” (Capítulo XXI)

No es la primera vez que el autor trata sobre este tema. Ya lo hizo en “la Desheredada”, “Miau”, “Realidad”, “Torquemada en el Purgatorio”... Quizás tenga Galdós una fijación con el suicidio, o quizás fuera cosa de la época.


Bibliografía consultada:

1.- Juegos de vida y muerte: el suicidio en la novela galdosiana (Serafín Alemán, 1978, Miami, Ed. Universal)

2.- Heterodoxos e incómodos en la historia y la literatura españolas de la edad contemporánea. “Mariano José de Larra, entre la pasión y el hastío”. (Mauro Armiño, 2003, Madrid, Comunidad de Madrid, pp. 23-35)

3.- Cuadernos para la investigación de la literatura hispánica. “Galdós y el suicidio”. (Gabriel Cabrejas, 1991, nº 14, pp. 191-201)

7 de noviembre de 2013

LA ESTAFETA ROMÁNTICA. INTRODUCCIÓN. ¿QUIÉN ES QUIÉN?




Cuando el profesor Pedro Ojeda Escudero propuso para el club de lectura, por él dirigido desde su blog La Acequia, La Estafeta Romántica de Benito Pérez Galdós, para mí instantáneamente surgió el reto.

Al comenzar a leer me di cuenta de que me había metido en la boca del lobo y que este reto me quedaba más bien grande, pues Benito es mucho Benito, y esta obra en concreto tiene su aquél. Pero ya no había marcha atrás y, tras haber perdido el miedo escénico con mis aportaciones a la anterior lectura, tenía que intentarlo.

Obviamente y en primer lugar, por ser un autor canario, y por otro lado, porque de alguna forma ese nombre me ha acompañado desde niña.

En mi infancia jugué en la plaza del barrio como cualquier niño. Plaza conocida coloquialmente como la Plaza de la Feria, en donde se yergue una escultura dedicada al autor (realizada por el escultor Pablo Serrano) que, desde su ostentosa posición, observaba silencioso mis perrerías y cómo destrozaba las braguitas, que con tanto cariño me hacía mi madre a ganchillo, cuando me tiraba por las pendientes hechas de piedra, y cómo luego, esta misma mujer cariñosa, me dejaba el trasero como una castaña pilonga a base de tortas.



En el Teatro Pérez Galdós, toqué el piano por primera vez en público e hice mi primer solo como soprano del coro del Conservatorio de Música de Las Palmas, dirigido en aquel entonces por Juan José Falcón Sanabria. Realicé parte de mis estudios en el Instituto Pérez Gáldos (con la de centros que había), hoy convertido en I.E.S., y pasé muchas tardes estudiando en las salas habilitadas para ello en la Casa Museo Pérez Galdós (era más tranquilo que estudiar en la biblioteca pública que siempre estaba abarrotada).






Pero vayamos al grano, que me estoy yendo por los Cerros de Úbeda, y esto se suponía una breve introducción a la obra, dado que aún no he tenido tiempo de leer lo suficiente para arriesgarme a algo más.


Benito Pérez Galdós nos sorprende en medio de sus Episodios Nacionales con esta obra realizada íntegramente por misivas que se cruzan entre distintos personajes, los cuales podemos, según mi primera y somera lectura de las cartas y tras la composición de lugar que he realizado para no perderme –corríjanme si me equivoco o despisto con alguno–, agrupar en tres generaciones:

Primera generación:

-     D. Beltrán de Urdaneta, padre de Dña. Valvanera.
-     Dña. María Tirgo, hermana de D. José María de Navarridas.
- D. José María de Navarridas, hermano de Dña. María Tirgo, clérigo provinciano.

- D. Pedro Hillo. Clérigo acostumbrado a la vida capitalina y mentor de D. Fernando Calpena

Segunda generación (la formada por los padres):

- Dña. Juana Teresa de Idiáquez, Marquesa de Sariñán, madre de D. Rodrigo de Urdaneta Idíaquez, Marqués de Sariñán, medio hermana (por parte de padre) de Dña. Pilar y cuñada de Dña. Valvanera.
- Dña. Valvanera de Urdaneta, Sra. de Maltrana, esposa de D. Juan Antonio, hija de D. Beltrán y cuñada de Dña. Juana Teresa.
- D. Juan Antonio, Sr. de Maltrana, esposo de Dña. Valvanera.
- Dña. Pilar de Loaysa, madre de D. Fernando Calpena (hijo ilegítimo de su transgresión, como ella misma indica), y medio hermana (por parte de padre) de Dña. Juana Teresa.

Tercera generación:

- D. Fernando Calpena, hijo de Dña. Pilar de Loaysa y máxime protagonista.
- D. Pedro Uhagón, amigo de D. Fernando Calpena.
- Srtas. Gracia y Demetria, hermanas Castro-Amézaga.


Son cuarenta cartas numeradas por el autor y otras tres sin numerar, que son remitidas conjuntamente con alguna de las que sí lo están, entre las cuales introduce el autor en el capítulo XI una firmada por un personaje apócrifo, D. Miguel de los Santos Álvarez, poeta y novelista romántico. Y digo bien, porque es Dña. Pilar de Loaysa, quien se otorga dicho escrito en el capítulo XII, cuando dice:
“… ¿Se ha tragado la carta como del propio estilo y mano de Álvarez? ¿No ha visto que es de mi cosecha, y que la forma, ya que no lo que allí se relata, salió de mi magín? Conste que he reído con gana mientras tramaba esta superchería, como se reirá él cuando la descubra…”

Las otras dos sin numerar, pertenecen a las hermanas Castro-Amézaga, Srtas. Gracia y Demetria, las cuales son enviadas a D. Fernando conjuntamente con una de las que D. José María de Navarridas envía a éste.

Dña. María Tirgo escribe dos cartas, dirigidas ambas a Dña. Juana Teresa, Marquesa de Sariñán (I-IV).

Dña. Juana Teresa, escribirá tres cartas, una a Dña. María Tirgo (II) y el resto a su cuñada Dña. Valvanera (XX-XL).
D. José María de Navarridas, escribirá otras tres, dirigidas a D. Rodrigo de Urdaneta Idiáquez, hijo de Dña. Juana Teresa (III), y a D. Fernando (VIII-XVIII), donde se incluirán dos de las cartas no numeradas (como comentamos anteriormente).

D. Fernando Calpena le escribirá cinco cartas a su mentor D. Pedro Hillo (V-VI-VII-XXI-XXVIII); una a su amor perdido y artífice de su mal, Dña. Aura(X), la cual pensándolo muerto contrae matrimonio con uno de sus primos, D. Zoilo Arratia, y una vez enterada de su equivocación se escapa del domicilio conyugal; otra a D. José María de Navarridas (XIII) y la última a su madre Dña. Pilar de Loaysa (XXXVIII), haciendo un total de ocho.

Dña. Valvanera le escribirá tres cartas a su amiga Dña. Pilar (IX-XIX-XXXI), y otra al clérigo D. Pedro Hillo (XXXIX).

A su vez, D. Pedro Hillo le escribirá dos cartas a su pupilo, D. Fernando (XI-XXVII).

Dña. Pilar de Loaysa es la más prolífica, escribiendo nada menos que once cartas a Dña. Valvanera (XII-XV-XVI-XVII-XXIV-XXVI-XXIX-XXX-XXXII-XXXIII-XXXVII) y la carta apócrifa contenida en el capítulo XI.

D. Beltrán será autor de tres cartas, la primera a D. Juan Antonio, su yerno (XXXIV), y las otras dos a D. Fernando (XXXV-XXXVI).

El resto serán cartas únicas, entre D. Pedro Pascual de Uhagón a su amigo D. Fernando (XIV); D. Juan Antonio, Sr. De Maltrana a Dña. Juana Teresa (XXII); Srta. Gracia a D. Fernando (XXIII), y un tal Sabas de San Pedro a D. Fernando (XXV), que aún debo concretar quién es.

Del contenido de las mismas y de las características de sus personajes hablaremos otro día pues ya está siendo bastante extensa mi entrada, aunque diré que la mayoría de las cartas se centran en cuestiones particulares pero que, gracias a la narrativa galdosiana, se van conectando y enredándose con acontecimientos y personajes públicos marcados en este período de tiempo.

Hay cartas que relatan hechos y acontecimientos históricos con más o menos detalle, y otras en las que afloran las pasiones y los sentimientos de los personajes. Es como estar a medias, a caballo entre una cosa y otra.

Más no olvidemos que han sido escritas en la época del romanticismo, así ya nos lo avisa el autor en el propio título. Movimiento que trata él mismo con cierta ironía, siendo varias las referencias en el sentir romántico de los personajes.

Así mismo, las cartas son fechadas entre febrero y octubre de 1837, comenzando precisamente en días posteriores al suicidio de Larra, del que también se hablará en ellas. Pero ese es otro tema del que igualmente tendremos que tratar.



29 de octubre de 2013

CANALLA

Lilya Corneli


Quién te dio potestad para filtrarte en mi piel y derramar tu veneno con ese anhelo prohibido, para luego hacerme creer que pasarías por mi vida sin pasar, y jugar a extrañarnos para siempre yo perder, cuando aún tras la llave de esta puerta ya cerrada se sigue gestando el perfume de un deseo inaccesible, tormento infinito de tu vileza que no me permite olvidar. 

En esta oscuridad sin esquinas donde esconder mi sombra quedo suspendida cual cuadro colgado en esa pared sin aliento, dónde la pretensión de borrarme te resulta inútil y me aferro al gris de los recuerdos, cuando en la ausencia humedecías mis secretos.

Quiero negarte, barrarte de mi estancia, tragarme las cenizas de esa llama para que no vuelva a prender, vomitar tu nombre y esconder cada letra en un bolsillo diferente de mi armario, pero tu veneno ha llegado a mi vientre y el único antídoto para evitar esta muerte está en ti, CANALLA.




23 de octubre de 2013

INTEMPERIE, DE JESÚS CARRASCO. CONCLUSIÓN FINAL.




Uno se acerca a los libros por distintos motivos.

 No soy de las que van corriendo a comprar la última novedad en ventas o el último best seller por más bombo y platillo que le den. Suelo encauzar mis lecturas a veces por puro capricho, removiendo cielo y tierra si hace falta hasta obtener lo que quiero (mi amigo B lo sabe bien, que mi último pedido viene desde los EE.UU, de tan loco que lo volví para conseguirlo, je,je,je), otras por ese deseo imparable que me da por el saber, algunas porque el libro me hace señas desde la estantería de la librería hasta llamar mi atención, y mil razones más que sería aburrido describir aquí y además no es éste el tema.

Yo llegué hasta Intemperie, de Jesús Carrasco, de la mano del Club de Lectura que dirige el profesor Pedro Ojeda Escudero, desde ese lugar tan representativo que es para mí La Acequia.

A algunos nos  habrá podido gustar más, a otros menos. Habremos podido coincidir o no en nuestras críticas del mismo, pero siempre se nos habrá quedado algo por ahí dentro.

Intemperie tiene esos momentos que pueden dejar huellas perdurables. Intrincadas sendas del destino que cuentan la historia de ese niño fugado, donde los hechos en el espacio y en el tiempo significan algo más que un mero azar, al cual nos hace llegar el autor a través de un copioso léxico -arcaico para algunos- que nos sitúa en ese desértico lugar lleno de vicisitudes.

Nunca sabemos con certeza si la brújula de nuestro camino apunta bien o mal, y así, sin ella, se echó el niño a caminar por las veredas, sin pensar que pudiera encontrarse con el barco salvador que lo llevase por esos mares ignotos a pesar de hacer aguas por alguno de sus lados.

El silencio, compañero incansable del viaje, le hace crecer a un ritmo vertiginoso, y el acerbo paisaje le cría un hombre allá donde el sol le fue quemando la piel y donde la iniquidad humana de aquellos que debieron protegerle lo abandonó a su suerte.

Como hechizada atravesé sus páginas de principio a fin guiada por la intuición, con la esperanza de no acertar en la temeridad que mi mente vislumbraba, pero incluso la realidad descrita fue más brutal que la ensoñación previa.

Es evidente que el autor deja al lector a la “intemperie”, y nunca mejor dicho,  para ser transportados a ella y sentirnos atrapados por el texto, desprotegidos ante la incertidumbre.

Un cántico a los sentidos.

20 de octubre de 2013

AMANTES




Las noches nos brindan oportunidad de amantes 
y mi boca te desafía a un envite en un nuevo escenario, 
runruneando mi deseo a tu oído mientras mis manos, 
instrumentos para tocar lo prohibido  hasta censurarlo,
se revuelven en el laberinto de tu sinrazón.

Tú, cómplice de esta provocación,
tejes, lascivo, caricias alrededor de mi cintura
y me atrapas entre la pared y tu pecho
para aprisionar la eternidad en un segundo
y naufragar sin aliento en mi sur.

Luego, nos columpiamos uno en la piel del otro
hasta consumir esta muerte que se avecina 
en cada gota de sudor
dejando que el vértigo nos lleve hasta el abismo
para precipitarnos en él... perdidos.





16 de octubre de 2013

INTEMPERIE, DE JESÚS CARRASCO. DESENREDANDO EL HILO.




Sigo con mi pequeña colaboración al Club de Lectura dirigido por el profesor Pedro Ojeda desde La Acequia


Y casi comenzando nos tropezamos con esas dos simples frases:

“La estampa del padre, solícito y servil, volvió a su mente en compañía del alguacil. Una escena que, como ninguna otra, provocaba en su cuerpo desórdenes de todo tipo.” (pág. 12)

Nos saltan las alarmas, nos abordan las preguntas, las hipótesis se dibujan, esas suposiciones que nos otorga la perspicacia. Pero no, no adelantemos acontecimientos. Sigamos andando por esos parajes para llegar a las respuestas.

Y volvemos a tropezar en la siguiente piedra:

“El chico conocía bien ese sidecar. Había ido muchas veces en él cubierto con una manta polvorienta.” (pág. 22)

¿Por qué habría de ir agazapado bajo aquella manta? ¡Uf!, el ardid de la mente comienza otra vez a conjeturar… ¡No, no, no! Borremos esa imagen, el sol de los páramos nos está afectando, busquemos una sombra.

¡Pero el chico quiere alejarse cada vez más del padre, del alguacil, y volver con sus puños hechos roca para que este último no pueda someterle nuevamente!

Bueno, calmémonos y como dice el autor, limemos asperezas con la tierra. Avancemos y descubramos esa verdad.

Ahí está, otra vez la insistente duda:

“El recuerdo de la voz del alguacil le rajó los ojos y sintió que era sangre lo que comenzaba a brotar por las rendijas de sus párpados.” (pág. 84)

Podría decirse que nuestra intuición  no difiere mucho de la realidad.  Mucho mal debió hacer ese alguacil para causar esa angustia en el chico. Ya, ya, ya… esperemos al detonante para ser totalmente imparciales. Hasta entonces habremos de seguir tragando polvo de estos eriales.

“… el cabrero terminó de orinar… Cuando se dio la vuelta, el niño apreció la humedad de sus pantalones y cómo, de la bragueta, asomaba rosado su glande. El chico salió corriendo y se perdió en la oscuridad.” (pág. 89)

¿Acaso no creéis que este suceso confirma nuestras sospechas? No se asusta del viejo, se amilana ante la visión que tiene ante sus ojos. Sí, podría ser que estemos en lo cierto, más no quisiéramos.




… que él vivía su oprobio.” (págs. 91-92)

¡Callad! Alguien se acerca. ¿No oís el ruido del motor? ¿Dónde? ¿Dónde nos metemos?

Temerosos observamos la escena desde más allá de las letras. ¡Dios! ¡Está aquí! ¡El alguacil y sus secuaces!

(Pág. 96)



Arrogante, ejerciendo, ¡cómo no!, ese abuso de poder.

Casi podemos palpar el miedo, la angustia, la impotencia…

¿Qué hace? ¡No! ¡Quiere prender fuego! ¡El chico! ¡Debemos avisarle!

Humo… calor… no hay aire… ya no podemos respirar… cadencia en la llanura… esa tenue luz de la luna…

¡Está vivo! ¡El chico está vivo! ¡Oh, ha caído el viejo! ¿Está muerto? ¡No tiene pulso, pero respira! El chico es listo.

Luz, ya es mañana. El viejo fustigado, el hedor de los cuerpos degollados, una imagen dantesca… y el macho flotando en el agua con la tripa abierta…


Por hoy no podemos más, vayamos a descansar. Mañana seguiremos buscando respuestas.

14 de octubre de 2013

CÁBALAS




Desde que estallara esta crisis que asola nuestro país, no sólo se ha generado una constante destrucción del empleo, sino que se ha manifestado una aplastante depresión demográfica, particularmente, por la cantidad de nuestros jóvenes que han tenido que salir a otros países a buscar un puesto de trabajo que, entre otras cosas, impide sostener el “Estado de Bienestar”. Ese modelo público al que tan apaciblemente estábamos acostumbrados.

Por un lado se van multiplicando los “afiliados” al desempleo, y por otro va creciendo el número de pensionistas. ¿Cómo se traduce por tanto este desajuste?

No tenemos el número suficiente de jóvenes y niños que son necesarios para seguir conservando el sistema actual de pensiones, para mantener esa “sostenibilidad” de nuestra sanidad pública, del sistema educativo y de tantas otras prestaciones públicas que durante tantos años se han venido instaurando.

¿Y cómo repercute en los que aquí seguimos intentando sustentar esta estructura, dado que no existe una proporcionalidad entre las contribuciones al sistema y las prestaciones que esperamos del mismo?

En los últimos años, se nos ha sometido a una austeridad en aras de salvar los últimos cartuchos que no fueron prendidos para festejar aquellos yacimientos de riqueza que pensaron no tendrían fin.

Por todos es sabido los años de bonanza que en un pasado no muy lejano vivimos, donde el manejo de la especulación por parte de la banca y respaldada por las políticas públicas hizo su agosto, y dónde la gran mayoría cayó en el inmenso socavón abierto, por esa ambición nada parca de atesorar “plata” y vivir mejor, en la absurda creencia que el vivir mejor era sinónimo de tener más, y sin entrar en diatribas que no nos llevan a ningún lado, seguimos inmersos en este ciclo involutivo que cada vez degenera más y más.

¿Acaso, y aun teniendo que lidiar con esta “austeridad” impuesta, no siguen teniendo las instituciones financieras carta blanca para hacer y deshacer a diestro y siniestro?

¿No sigue favorecida esa clase política que alentó y avaló ese círculo de poder que hizo tambalear a estos llamados “gobiernos democráticos”, casi hasta el punto de la ingobernabilidad arrastrados por suculentos golpes de mercado donde no sólo se especulaba con capitales, sectores inmobiliarios, alimentos básicos, etc, sino que hasta las deudas que mantenían los países entre sí entraron a formar parte de este juego quedando a manos del mejor postor?

¿En qué lugar se encuentra nuestra economía que nos empuja a plantearnos juicios de valor y posturas eclécticas ante ella?

¿Por qué se acrecienta este abismo entre las clases sociales? Por un lado quedan los asalariados “mileuristas”, dentro de los cuales queda ya casi extinguida aquella conocida clase media emergente de los años setenta y ochenta, que mantenía el dinamismo en los mercados dado su poder adquisitivo, la cual ha quedado prácticamente proletarizada y vive gracias a los “low cost”, y en el otro extremo, los acuadalados, que supieron estar a verlas venir y sacaron la mayor de las tajadas y que ahora manejan el sector privado, rentabilizando ese consumo de lujo que contrarresta con la situación que la gran mayoría vive. Y frente a todos ellos están esos que nos miran desde sus atriles, donde apoyan sus discursos llenos de falacias, que parecen no saber por dónde atajar la situación en la que el país está enfrascado.

Es evidente que ese “Estado de bienestar” está condenado a morir en un futuro venidero si no es que ha muerto ya.

Nos dejamos arrastrar sutilmente hacia ese “neoliberalismo” que apoya los mercados abiertos, la privatización, la minimización del papel del Estado… ¿Y ahora qué?

Es imprescindible un cambio de la lógica aplicada, de una correcta planificación e iniciativa del Estado, donde se abogue por un equilibrio macroeconómico capaz de ajustar armónicamente los flujos entre la oferta y la demanda, dando un funcionamiento real al conjunto económico equilibrando los precios que influyen indiscutiblemente sobre la tasa de salario nominal.

Un Estado calificado que aplique una correcta disciplina fiscal para realzar un crecimiento sano y sostenible, recuperando el control de los recursos necesarios para luego adaptarlos eficientemente en la mejora de servicios que como Estado debe dar, sean la seguridad, la justicia, la educación, la salud…

¿Tenemos ese Estado? Yo diría que no. Llevamos décadas navegando en un bipartidismo donde la derecha sabe discutir y alimentar los oídos a los ciudadanos sobre esos temas que creen preocuparlos, y la izquierda, se encamina a la consecución de los recursos para paliar esos déficit creados sin la consecuente eficacia tan necesaria de la que anteriormente aquí hablo. Se ha convertido en una lucha de titanes en las que han dejado al margen lo verdaderamente importante, el pueblo  que les dio su confianza y que tantas veces ha sido traicionado.

Es acuciante ese liderazgo que sepa unificar el desarrollo, la creatividad, la innovación, el emprendimiento, las reformas estructurales necesarias, que haga un correcto saneamiento de las cuentas públicas y que una vez hecho, proclame la continuidad y fortalezca las bases de ese crecimiento. Ineludible será un esfuerzo colectivo, una única conciencia para acabar con este desgaste al que hemos sido sometidos, creando los cimientos de un auténtico sistema democrático. El ciudadano debe volver a tomar las riendas de su vida y acabar con este deterioro social.

Demasiados frentes en que pensar… ¿No vinieron en su día las repúblicas a proclamar y afirmar que todos somos iguales?

¿Acaso no tiene el hombre recursos suficientes para crear un mundo mejor? ¿No es posible el cambio? ¿Cabe la posibilidad de un sueño colectivo o es cierto que la humanidad está enloquecida y no hay tiempo para soñarlo?


El peor enemigo del hombre no es el propio hombre, sino el miedo a enfrentarse al cambio.
     

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