Sigo con mi pequeña colaboración al Club de
Lectura dirigido por el profesor Pedro Ojeda desde La Acequia
Y casi comenzando nos tropezamos con esas dos
simples frases:
“La estampa del padre, solícito y servil,
volvió a su mente en compañía del alguacil. Una escena que, como ninguna otra,
provocaba en su cuerpo desórdenes de todo tipo.” (pág. 12)
Nos saltan las alarmas, nos abordan las
preguntas, las hipótesis se dibujan, esas suposiciones que nos otorga la
perspicacia. Pero no, no adelantemos acontecimientos. Sigamos andando por esos
parajes para llegar a las respuestas.
Y volvemos a tropezar en la siguiente piedra:
“El chico conocía bien ese sidecar. Había
ido muchas veces en él cubierto con una manta polvorienta.” (pág. 22)
¿Por qué habría de ir agazapado bajo aquella
manta? ¡Uf!, el ardid de la mente comienza otra vez a conjeturar… ¡No, no, no!
Borremos esa imagen, el sol de los páramos nos está afectando, busquemos una
sombra.
¡Pero el chico quiere alejarse cada vez más
del padre, del alguacil, y volver con sus puños hechos roca para que este
último no pueda someterle nuevamente!
Bueno, calmémonos y como dice el autor,
limemos asperezas con la tierra. Avancemos y descubramos esa verdad.
Ahí está, otra vez la insistente duda:
“El recuerdo de la voz del alguacil le rajó
los ojos y sintió que era sangre lo que comenzaba a brotar por las rendijas de
sus párpados.” (pág. 84)
Podría decirse que nuestra intuición no difiere mucho de la realidad. Mucho mal debió hacer ese alguacil para causar
esa angustia en el chico. Ya, ya, ya… esperemos al detonante para ser
totalmente imparciales. Hasta entonces habremos de seguir tragando polvo de
estos eriales.
“… el cabrero terminó de orinar… Cuando se
dio la vuelta, el niño apreció la humedad de sus pantalones y cómo, de la
bragueta, asomaba rosado su glande. El chico salió corriendo y se perdió en la
oscuridad.” (pág. 89)
¿Acaso no creéis que este suceso confirma
nuestras sospechas? No se asusta del viejo, se amilana ante la visión que tiene
ante sus ojos. Sí, podría ser que estemos en lo cierto, más no quisiéramos.
… que él vivía su oprobio.” (págs. 91-92)
¡Callad! Alguien se acerca. ¿No oís el ruido
del motor? ¿Dónde? ¿Dónde nos metemos?
Temerosos observamos la escena desde más allá
de las letras. ¡Dios! ¡Está aquí! ¡El alguacil y sus secuaces!
Arrogante, ejerciendo, ¡cómo no!, ese abuso
de poder.
Casi podemos palpar el miedo, la angustia, la
impotencia…
¿Qué hace? ¡No! ¡Quiere prender fuego! ¡El
chico! ¡Debemos avisarle!
Humo… calor… no hay aire… ya no podemos
respirar… cadencia en la llanura… esa tenue luz de la luna…
¡Está vivo! ¡El chico está vivo! ¡Oh, ha
caído el viejo! ¿Está muerto? ¡No tiene pulso, pero respira! El chico es listo.
Luz, ya es mañana. El viejo fustigado, el
hedor de los cuerpos degollados, una imagen dantesca… y el macho flotando en el
agua con la tripa abierta…
Por hoy no podemos más, vayamos a descansar.
Mañana seguiremos buscando respuestas.
8 comentarios:
Muy bueno, Mimi!!! Me lo llevo. Es notable como resaltan enseguida las buenas letras. Me parece genial esta propuesta tuya. Eres una reina!!!
Besos miles, linda mujer!
Me encantó, pero es duro. Me recordó un poco a Pascual Duarte.
Bss
Las claves que señalas dejan entrever el motivo de la huida pero también la incertidumbre.
Besos
Excelente tu manera de abordar la causa inicial de la marcha del niño: analizas y das los datos exactos que contribuyen a la comprensión de lo que el autor trata en elipsis. Gracias por este aporte que, no sé por qué, se me pasó incorporar a mi entrada de ayer. Lo hago ahora mismo, pidiéndote disculpas por la omisión. Te doy las gracias por avisarme.
Besos.
Excelente aporte.
Cuando lo leí sentí algo similar.
Dentro de un universo atemporal, cargado de violencia, odios y sequías la piel de un niño se abre como la tierra dejando heridas abiertas, grietas que ningún futuro podrá ya cerrar.
Besazo.
Así es, hay momentos en que se le revuelven los demonios del pasado. Reacciona como el gato escaldado que del agua fría huye.
Has señalado un párrafo clave, el miedo del niño y también el del cabrero. Odiosa visita la que hacen al castillo. Esa cabeza del macho cabrío infectando el agua, ay.
Cuídate, Mimosa.
Besos, seguimos a la intemperie.
Cuando por fin el autor va desvelando el porqué de la huida del niño, lo comprendes todo mejor y se va haciendo la claridad. Con este pasaje me quedé impactada, ni tan siquiera lo había sospechado.
Buen trabajo
Un abrazo
Luz
Suena fuerte como el viento frío en la meseta. La forma de escribir se ciñe a frases breves, genera más imaginación que las letras impresas.
Saludos.
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